domingo, 27 de mayo de 2007

MARTÍN RAMÍREZ. Un destino... sin escape. (continuación)

(Sigue desde la entrada de abajo)
...Su peculiar historia:

MR: Autopista y túnel
…En algún momento posterior al cambio de siglo, pues, Ramírez cruzó la frontera entre el Norte de México y California, seguramente con la intención de conseguir dinero para su (hipotecada) hacienda y su incipiente familia. La adaptación al nuevo País no debió de ser fácil. Algunas informaciones indican que Ramírez llegó a California en 1915 (dándole nacido en el 1885). Otras no lo sitúan allá hasta 1925. En realidad, no se sabe con certeza (como ya dije) en qué año nació el que es, según ha dicho Roberta Smith, la crítica de arte del NY Times, “uno de los pintores más importantes del SXX”.

Se dice, se comenta, en ese rastro tan diluidamente trazado, que Martín trabajó en una Lavandería, que tuvo diversos empleos temporales, pero parece definitivamente confirmado que Ramírez trabajó en el Ferrocarril. Debió embarcarse apenas unos años en los ferrocarriles californianos, (California en realidad es –era- como un gran país) en torno a la década de los 20. No cabe duda de que aquélla monstruosa infraestructura de humo y acero (apenas introducido por aquél entonces en su propio país) debió fascinarlo, pues aparece luego recurrentemente en sus pinturas. …Es como si a partir de ese mismo momento, se empezase a internar en una ensoñación, en un mundo que no era del todo real, pues Ramírez desconocía la lengua, la cultura le era ajena (a aquella suya propia, la derivada de un ranchito en los altos de Jalisco, de su amado caballo…) y para colmo, en esa época, en la que comprende que no podrá volver a su tierra, le llegan noticias desde allá: ha estallado la Revolución Cristera. Su familia fue abordada; su hermano le escribe, comunicándole que se hizo pasar por el marido de su mujer (la de Ramírez) para no morir fusilado por los Cristeros; que han matado el ganado y quemado las tierras… Ramírez, desvalido y extraño en un mundo nuevo, se siente traicionado. Injustamente traicionado, y tal vez no sabe muy bien por qué. Malentiende la carta, según se infiere de su propia respuesta (de bastante tiempo después) a su hermano: lo acusa de haber traicionado a los revolucionarios, de no haber defendido su tierra y sus posesiones; de haberse vendido a los federales, al Gobierno. No tarda en perder su empleo en el ferrocarril. Su rencor, su desapego hacia todo y hacia todos (y hacia “los suyos”) no debió tardar en crecer. Comienza a vagabundear, sin techo, por la vasta región sur de California.



¿…Cuántos años estuvo así? Nadie lo sabe con certeza. Unas informaciones hablan de un limbo entre el año 15, y el 30. Otras (las que le dan nacido en el 95), señalan que fue entre el 25 y el 33 aprox, que Ramírez vagó solo. El caso es que en torno al 30-33, Ramírez es detenido por la policía de L.A., y conducido primero a un hospicio “Pershing Square”, y luego a un hospital siquiátrico, el “Dewitt Statal Hospital “ de L.A..



¿…Qué pasó en esos años? ¿Qué paso por su cabeza en esos años que vagó sólo?
¿Alguien lo podría decir? Ninguno de tantos que se lanzaron a dar aventuraciones sobre la vida del pintor, se adentra a explicar las sensaciones, las realidades, o los ensueños, en los que la mente del enajenado Ramírez, en un limbo (en cualquiera de los casos, piénsenlo) tan extenso de tiempo, se pudo adentrar…



He aquí, en mi opinión, el punto neurálgico, el nudo clave de la historia. El lugar desconocido. El momento en que algo termina, o muere, el momento en que algo empieza. La historia de un hombre desaparecido, y no vuelto a encontrar. El enigma “Martín Ramírez”.



(..) Alguien ha dicho que los dos mayores desvelos de M.R. en la vida –del Ramírez que emigró a USA al menos- eran su caballo, y su revólver, que siempre cargaba a todos lados. ¿Cómo llegó a dibujar, a volcar todas sus aspiraciones en el dibujo, un tipo de hombre así? ¿Un hombre recio, uno de esos charros que gustan de contemplar sus escasas posesiones a caballo, y tal vez dirimir los encontronazos de bar con el revólver en la mano? …Lo que parece seguro es que este cambio se debió de empezar a producir a finales de los 20, cuando aún se carteaba con su familia, y hacía pequeños dibujitos en los márgenes del papel… Los temas favoritos de MR nunca desaparecieron, sin embargo. Ya en los sucesivos siquiátricas por los que habría de pasar, (en un periplo de traslados, intentos de escape, regresos voluntarios desde la “intemperie exterior”) comenzó a buscar y confeccionar obsesivamente cualquier tipo de amplia superficie, más o menos blanca, sobre la que habría de trazar recurrentemente sus enigmáticos dibujos: mexicanos a caballo, hombres armados, siempre insistentemente encerrados en rectángulos (a modo de marcos, de escenas) que los aprisionan indefectiblemente. Observadores desde extrañas habitaciones (siempre a modo de marcos o encuadres) que observan paisajes -demasiado lejanos- elaborados a partir de repetitivas curvas… Trenes que, una y otra vez, se encaminan a túneles, a montañas, a agujeros de formas fantásticas o misteriosamente orgánicas… Hay algo hermético en la obre de MR, como lo podría haber en la de De Chirico o Ernst, como si realmente estuviera intentando hablar desde un limbo (su propio limbo) que le mantuviera alejado del mundo. Como un lenguaje balbuceante, que sólo acierta a dar pálidas, distorsionadas, enfermizas (por repetitivas) imágenes de una realidad demasiada lejana, o ausente, o perteneciente tal vez a otro tiempo y otro lugar, como para que el autor pudiera incluso acertar a acercarse ni remotamente a ella. Imágenes lanzadas como desde una habitación cerrada, ignota, desde la que sólo pudieran recordarse, ensoñarse, los insistentes y obsesivos ecos de una vida vivida, demasiado intensamente, hace demasiado tiempo. Su propia habitación del psiquiátrico.



Hacia mediados de la década de los 50, cuando MR llevaba ya más de 20 años confeccionando (con pedazos de papel de estraza, trozos de revistas, cola que él mismo fabricaba con miga de pan y su propia saliva) sus extrañas visiones, un joven doctor (Tarmo Pasto), en plena tesina sobre las relaciones entre las enfermedades mentales y los modos de epresión, visita con sus alumnos el hospital Hewitt, y descubre por casualidad la obra. Obra que el mismo hospital llevaba años destruyendo, temerosos tal vez de que pudiera contagiar una supuesta tuberculosis de MR. El autor, dicen, llevaba desde que fue encerrado (sobre el 33) en una mudez total de la que era incapaz de salir; por la cuál le habían diagnosticado paranoia catatónica (enfermedad por la que se supone que el enfermo se encuentra aislado de todo sistema de comunicación con el entorno). Tal vez MR era en realidad un “catatónico sentimental”.



…Simplemente, al parecer, se presentó con varios de sus dibujos en sus brazos (ver foto) al doctor Pasto, sin mediar palabra. Ramírez, en una señal de inteligencia que parece contradecir su diagnóstico, había escondido algunos para salvarlos de la “quema”. A partir de ahí, su fama como paranoico con dotes geniales para la expresión se empieza a extender como la pólvora por el mundillo de los marchantes y coleccionistas, que a la sazón saben vender muy bien historias artísticas turbulentas. Hubo varias exposiciones (las últimas, con gran éxito) de la obra de MR estando este aún con vida. Sin embargo, es dudoso que el desdichado llegara alguna vez a enterarse, a intuir, lo que realmente empezaba a suceder con su “legado”. Incluso al final de sus días, su “mecenas” el doctor Pasto, se alejó del paciente-genio, ocupado en viajes y negocios de otra índole que le sorprendieron lejos cuando la vida de MR se extinguía en el “Dewitt Statal”.



(..) No fue sino después de muerto –como suele suceder- cuando la obra de MR empieza a cotizarse a precios astronómicos, a alcanzar los grandes museos y colecciones. Durante algún tiempo, galeristas y marchantes ocultaron su leyenda, dejándola estar en el borroso y anónimo mito que favorecía a su creciente cotización y, por ende, a sus propios bolsillos…



…Esta es la historia pues, de cómo nuestras preocupaciones y asuntos de cada día, en nada pueden remitirse o tener que ver con la larga línea o trayectoria de nuestra vida. De cómo nuestros miserables avatares diarios, que nos obsesionan y enfurecen o alegran, o deprimen,…, tal vez en nada correspondan con lo que del porvenir se quede de nosotros: la elevación a mito de la historia o… o el más miserable olvido.
…Así que piénsenlo, por un momento, cuando vuelvan a cruzarse con alguno: tal vez ese vagabundo de la acera, aquél que camina con pasos largos, desacompasadamente, con su mirada turbia perdida (en su propio mundo), ese que va desarreglado, con grises cejas y bigote; a quien la señora mira con desagrado al pasar a su lado; ese mismo, tal vez, sea luego recordado por alguna especialista de arte del New York Times (NYT), como “uno de los más grandes pintores del siglo… XXI”

GRANDES CELEBRIDADES… …DEL OTRO LADO

GRANDES CELEBRIDADES… …DEL OTRO LADO



Quiero iniciar aquí un ciclo de retratos sobre una serie de personalidades que, cómo decirlo, serían una suerte de “Cara B” de la historia. De la historia de la Civilización, la “Gran Historia”, o al menos como nos la han contado, la historia del resto, de los otros que no son yo, la historia oficial, (la que queda en los “anales” mentirosos y tramposos que el paso del tiempo nos lega), a modo de cómoda simplificación sobre lo que realmente ocurrió.

Son una serie de mini-biografías, o mejor, esbozos o retratos, como trazados simplemente a lápiz, que pretenden mostrar esa otra cara incómoda que una ama de casa de la alta sociedad como dios manda jamás dejaría entrar en su casa. Serán evidentemente, visiones sobre los personajes que inevitablemente, llevaran mucho de mí mismo (quiero advertir): de mi visión del mundo, de mis anhelos, de mis propias carencias y debilidades… Pero no sigamos hablando de mí, pasemos ya a hablar de ellos, esos a los que he llamado Malditos de la Posteridad, o Grandes Campeones del Fracaso. Los “Perdidos”, de los que hoy vengo a traer al primero, que es (ni más ni menos) que el gran:



Martín Ramírez: “Un destino… sin escape”


Algunos datos biográficos:

El pintor Martín Ramírez González nació en la aldea de Tepatitlán, Los Altos de Jalisco, del Estado de Jalisco, México, en el año 1885 según unas informaciones, y en el 1895 según otras. Esto da una medida sobre lo desconocido y remoto del personaje.

Creció por tanto en un entorno pobre y subdesarrollado, en unas tierras en las que el medio de supervivencia era fundamentalmente la ganadería, organizándose las gentes en Haciendas y propiedades de terrenos, bien pequeños propietarios que cuidaban de sus tierras y ganados, bien propiedades más grandes, en las que servían o trabajaban los más pobres de las comarcas. Ramírez pertenecía a este segundo grupo.


No hay muchos más datos biográficos sobre sus orígenes a día de hoy. Se sabe que montaba a caballo y trabajaba desde joven, que se casó a los veintipocos años, tuvo 3 hijos (al tercero nunca lo conocería), y en un momento dado, inició la adquisición de una pequeña propiedad con la fórmula del Crédito a pagar en los años que habrían de venir. Este es el origen de su singular historia, donde empieza lo peculiar, y comienza a acabar lo que hubiera podido ser una vida (más o menos desdichada) convencional como la que cualquier congénere de su tiempo y país hubiera podido tener. Esta razón, la de tener que pagar un crédito, y por tanto tener que emigrar para poder cubrirlo, es la que habría de hacer de él a posteriori un personaje singular, recordado,…incómodo a la Historia. Así que no despreciéis lo que vuestras hipotecas os puedan venir a traer…
(…)
Tooodos, absolutamente todos a los que he visto escribir sobre Ramírez, se empeñan en dar una explicación –personal- a su obra. Es como si no pudiéramos vivir sin regalarnos un tranquilizador de conciencia, para ciertas cosas que resultan enigmas a nuestra forma de entender. La más convincente, empero, de las (odiosas) explicaciones, es la que hace su reciente biógrafo Victor Espinosa (que viene a decir que hay que dejarse de zarandajas, que nada de intrincadas hipótesis sobre su enfermedad mental y los dibujos; que en realidad el autor lo único que trataba era de contar su historia a través de imágenes; pues desconocía el idioma).

Así que yo, daré la mía. Buceemos en su vida.

Su peculiar historia:


(sigue)

domingo, 13 de mayo de 2007

El otro día me encontré a un amigo


El otro día me encontré a un amigo. Inesperadamente lo ví por la calle, saliendo de un bar, e iba dando tumbos. Le dije, le pregunté, que cuanto tiempo… que a dónde iba, que qué hacía. Enseguida noté que había bebido, era por la tarde pero debía llevar bebiendo ya bastante…

Me dijo: que se acordaba de cosas, de cosas de su pasado; que acababa de recordar, justo hacía un momento, a un viejo perro suyo que tuvo hacía mucho tiempo. Me dijo que se acordaba de cosas que había hecho en el pasado. Se había hecho viejo, muy viejo, mi amigo, me dijo que se había hecho viejo sin saber muy bien cómo, y, pese a que yo soy joven, y éramos de la misma edad, ahora mi amigo parecía un hombre maduro, al borde de entrar en la vejez, pero aún fuera de ella. Mi amigo tenía ya cabellos blancos, y los ojos borrosos, y había arrugas en su cara. Sus ojos era especialmente pequeños, como de haber pasado mucho tiempo guiñando, tal vez como los recordaba, pero mucho más cansados…

Mi amigo me dijo que debía seguir. Mi amigo me preguntó que cómo estaba, sin ningún interés por saber como estaba yo. “No, cómo estás tú”, le dije, y “vamos a algún sitio”. Me dijo que llevaba toda la tarde viendo botellas en los viejos bares de antes, botellas de vermut con sus cuellos altos, botellas de coñac, botellas de alcohol, botellas, todo botellas, contra el contraluz de los espejos de los fondos de barra. Mi amigo me dijo que todos le habían dejado, que después de mucho tiempo nadie se acordaba de nadie, pero que él, aquella tarde, se acordaba mucho de todo, y de todos.

En la acera de la avenida había un coche mal aparcado, medio subido a la misma por encima del carril de tráfico, y era un coche viejo, un viejo Ford como de otro tiempo, y era el coche de mi amigo. Yo le dije que no podía conducir así, que yo le llevaría a algún sitio, que me dejara y nos iríamos a tomar otra a otro lugar. Y él me dijo que llevaba toda la tarde conduciendo, acordándose de lo del pasado, de su mujer que le dejó, y que en sus recuerdos era aún joven (aunque yo no sabía que mi amigo hubiera estado nunca casado), y que se había puesto las viejas canciones de antes en la radio, e incluso luego en la máquina del bar. Y que se había sentado en las barras, y que había mirado a través de ellas, y se había visto allí a lo lejos reflejado en el fondo, en los espejos del fondo de las barras de bar, como en una vieja y borrosa película en blanco y negro, en la que en realidad él perteneciera a otro tiempo, y tal vez a otro lugar.

…Mi amigo me dijo que había visto imágenes aparecer al través de su vaso de güisky. A su viejo perro Luka, que le fue siempre fiel pues murió sin abandonarlo. Y por eso lo recordaba mucho. Mi viejo amigo. Me decía que veía al perro con su lengua fuera, y sus ojos brillantes y su collar, mirándole a él a su vez. Desde el fondo de su vaso de güisky.

…Que se ponía aquellas viejas canciones, porque le hacían sentir como si estuviera en una película de hace ya mucho tiempo. Ya viejo y nostálgico, pero siempre dentro de una película que se estuviera pasando, y que, realmente, él no pudiera controlar. Y que así le dolía menos. Que pensar que él, en ningún caso, hubiera podido cambiar las cosas a cómo habían venido a ser, eso le dolía menos.

“He perdido a todos mis amigos… y a ti ni siquiera te recuerdo”, me dijo muy serio, mi amigo. “Recuerdo que fui piloto” “que pilotaba un caza, cuando era joven, hace un momento me he visto, como entonces, en la cabina, con mi casco…” y mi amigo no supo seguir, pues los efectos de la borrachera le hacían divagar. …Se acordaba incluso de cosas que no había vivido, y… después, me dijo que había estado sentado durante mucho rato en una barra, y allá enfrente suyo había otra mujer como él bebiendo; una mujer de la misma edad que en ese momento aparentaba mi amigo… Y se habían mirado, pero… ninguno se había atrevido a hablar. Y luego él se había levantado, y se había ido. A otro bar.

…El otro día, me encontré a mi amigo, e iba caminando por la línea continua del centro de la avenida. Mi amigo me dijo que ya no podía soportar el mismo paso de los minutos, y la avalancha de recuerdos que le traían. Y que por eso bebía. Y que beber le hacía recordar aún más todo, y convertía todo eso en algo más extraño y diferente aún, y que pese a todo eso, la sensación no era del todo desagradable. Me dijo que acababa de cruzar un río, y no le entendí, pero luego ví que un camión cisterna regaba la calle un poco más allá…

Y cuando montó en su coche para ir a otro lugar, luego iba dando cabezadas al volante, y supuse que veía borroso. Y paró el coche en cualquier sitio, y se bajó, dejando el coche abierto, encaminándose a un último bar…

Y me enseñó una foto que llevaba aún de su mujer en la cartera, como las que llevaban antes en las películas los pilotos de guerra… Y mi amigo me dijo entonces, que se sentía traicionado, pero que no sabía decir por qué. Y me dijo que se sentía injustamente tratado, pero que no sabía decir por qué. Entonces me miró y me dijo: “sí te recuerdo de aquella noche, de aquella cena; aquella cena que fue el principio del fin…”; “y tú, y todos, os marchasteis de allí entonces… y ya no volvisteis…”

Y me dijo que los días se habían precipitado, que habían transcurrido, y que él… no los había podido parar…

Y cuando nos despedimos, y él caminaba, y se fue, yo no pude detenerlo. Tuve la sensación de impotencia, de en realidad no poder hacer nada, de estar como en una película, en la que yo no podía decidir por mí… Es más, cuando ví alejarse a mi amigo tambaleante, caminando hacia su coche abierto y mal aparcado, tuve la impresión de ni siquiera estar allí… De no haber estado en realidad, de sólo ver una escena de una película que se estuviera pasando, y que yo sólo pudiera observar…

El otro día, que encontré a mi amigo, miré al través de la barra, a los espejos que están en el fondo,…, y no me pareció ver sino cómo estaba yo sólo allí…

La historia de Johnny Bones, 2º Parte

(Sí, ya lo sé, falta la primera aún...)

miércoles, 9 de mayo de 2007

CANSERA

Vicente Medina fue un escritor murciano de no demasiada fama, nacido a mediados del siglo XIX y muerto en el exilio en 1937. Hacia el final de su vida, en 1926, viviendo en Argentina, fue acusado de delitos financieros, preparando el mismo su defensa, y - seguramente harto de todo y de todos- entrando en una época de decadencia moral y física de la que prácticamente no saldría hasta su muerte. Es entonces cuando escribe "La Cansera", poema según parece inspirado en una historia (rememorada entonces) que había conocido en el año 1898 acerca de un agricultor de su tierra, que en ese mismo año había perdido a su hijo en la guerra. (VERDADERO, O FALSO?)


Lo traigo a colación a parte de por venir a reflejar fielmente un estado de ánimo que ya empieza a ser recurrnte, por rememorar la forma en que malamente lo recitaba mi padre, cuando caminábamos tiempo ha por algunos desoladores paisajes del interior de la provincia de Alicante.


Es el poema que sigue:


CANSERA


¿...Pa qué quiés que vaya? Pa ver cuatro espigas
arroyás y pegás a la tierra;
pa ver los sarmientos rüines y mustios
y esnüas las cepas,
sin un grano d'uva,
ni tampoco siquiá sombra de ella...
Pa ver el barranco,
pa ver la laera,
sin una matuja... ¡Pa ver que se embisten,
de pelás, las peñas!...
Anda tú, si quieres,
que a mí no me quea
ni un soplo d'aliento,
ni una onza de fuerza,
ni ganas de verme,
ni de que me mienten, siquiá la cosecha...
Anda tú, si quieres, que yo pué que nunca
pise más la senda,

ni pué que la pase, si no es que entre cuatro,
ya muerto, me llevan...
Anda tú, si quieres...
No he d'ir, por mi gusto, si en crus me lo ruegas,
por esa sendica por ande se fueron,
pa no volver nunca, tantas cosas buenas...
esperanzas, quereres, suöres...
¡To se fue por ella!
Por esa sendica se marchó aquel hijo
que murió en la guerra...
Por esa sendica se fué la alegría...
¡Por esa sendica vinieron las penas!...
No te canses, que no me remuevo;

anda tú, si quieres, y éjame que duerma,
¡a ver si es pa siempre!... ¡Si no me espertara!...
¡Tengo una cansera!...


"La cansera está formada de sentimientos negativos y se cae en ella cuando ya no se cree en nada, y vivir es una forma de no morir y nada más." (3) J.J. Morosoli, 1954

VERDAD: Medina en efecto escribió el poema inspirándose en la historia de un campesino a quien había conocido y que acababa de perder a un hijo en la Guerra de Filipinas; pero fue en 1898 cuando lo hizo, y no en 1926. Por tanto, ideó esta apología sobre la cansera y la desgana de vivir, con apenas 30 años.

sábado, 5 de mayo de 2007

¿ES POSIBLE ARREGLAR EL PASADO?

¿ES POSIBLE ARREGLAR EL PASADO?

O mejor, donde dice “arreglar”, puede sustituirse por “cambiar”, con lo que tendríamos:

¿Es posible CAMBIAR el pasado?

…La pregunta puede parecer tonta, o tal vez demasiado “lista” pero, a mi modo de ver, tiene miga, y he llegado a ella después de mucho estrellarme contra una circunstancia… si la respuesta, como parece, es obvia (al menos en ausencia del gran invento que sería una máquina del tiempo, todavía), y sería –claro- “no”, entonces: ¿por qué siempre estoy intentándolo, por qué siempre después de hacer algo, vuelvo sobre mis pasos, pienso si “no habría sido mejor”, intento volver al lugar de origen, a la bifurcación, dónde todo podría haber empezado a cambiar…? Y, lo que es peor, por qué siempre ese “todo podría haber empezado a cambiar” es un “…haber empezado a cambiar A MEJOR” ¿??

Y no me digáis que no os ocurre lo mismo --->> !!!

“Ya ni modo” “¡YA NI MODO!”

…Gritaba un conocido mío a otro conocido mío (ambos eran mexicanos). Era un día soleado el que acababa de amanecer, y ellos volvían de alguna juerga, de un sitio de dudosa reputación dónde, como ellos decían, les habían “metido la verga” después de haber invitado a champán a todas las “señoritas” del lugar, y compartir una noche de lujos y desenfreno junto a ellas: 900 y pico euros…
Pero yo me quedo con el “ya ni modo”. Ya no hay forma de arreglarlo. De cambiar el pasado. Ya no lo pienses más. No vuelvas a ese lugar. Ya, ni “modo”.

Es un día soleado hoy también. Conduzco por una carretera solitaria del interior (después de “nunca llegar al lugar”) y miro por mi retrovisor. Atrás van quedando montañas, paisajes, nubes lejanas que ya nunca veré más, y por un momento me pregunto si lo que encontraré adelante, aquello hacia lo que avanzo, no será algo más previsible, o tal vez decepcionante, o menos emocionante, que todo eso que voy dejando atrás. Tengo la mala costumbre de volver la cabeza a veces mientras conduzco, para mirar algo, y un día tendré un accidente… Siempre estoy pensando que debería parar. Que tal vez debería plantearme un “nuevo comienzo”. Que quizá debería regresar, caminar desandando lo andado, para volver a ese lugar dónde, tal vez, todo comenzó a torcerse, pero, ¿cómo? ¿Dónde lo encontraré?


¿Es posible cambiar el pasado? No lo creo. ¿Es posible arreglar lo ya hecho? Sospecho que no. Sospecho que no ha de alcanzarse el volver a ese momento en que las manecillas del reloj aún no habían recorrido los milímetros y los segundos para llegar a este lugar en el que ahora están. Entonces… ¿por qué a veces desando camino? ¿Por qué a menudo vuelvo sobre mis pasos, sigo a alguien, pretendo forzar un nuevo encuentro que debía haberse producido –en realidad- en la primera vez que nos cruzamos? ¿Qué nostalgia espera allá atrás? ¿Qué extraña enfermedad es esta? ¿Por qué pensar… “si hubiera hecho esto”, “si algo distinto hubiera ocurrido…”?


“Es feliz estar sin pensar”, pienso mientras aún conduzco, ponerse una bonita canción en la radio, y dejar de pensar por completo… Las nubes que se mueven a mi frente, igual que todas las que también van quedando atrás, serían un buen lugar a dónde escapar…