martes, 24 de julio de 2007

LA ENTRADA SIN NOMBRE

Bueno, hoy no tengo mucho que decir de nada, simplemente estoy un poco “aplanado” por el verano y por la vida en general, así que se me ha ocurrido ponerme a escribir de cualquier cosa a ver qué sale…

…Pues yo estaba apoyado en esta esquina, esperando ver a la gente pasar, y esperé y esperé y nadie pasó… O si pasó alguien conocido, y yo miré de reojo, no me vieron o no me quisieron ver, y yo tampoco quise tal vez saludar, harto de hacerlo y que no me respondan, como quien clama en el desierto…

“…Y pasó /tanta gente por delante que nadie me vio”


…La gente esta llena de sobreentendidos, que sólo unas pocas veces son acertados. La vida está llena de callejones sin salida a los que nos conducen los días, y sólo unos pocos de repente se van abriendo en grandes rutas que tal vez iluminen el futuro de nuestras vidas. Como veis, me he puesto a filosofar. He dejado ya la esquina en la tarde soleada, a medida que el sol bajaba y me iba molestando, y me he metido en un soleado bar. Y en los bares, pues, o se bebe, o se filosofa; o las dos cosas.

“lo mejor está por venir. Hemos ido muy deprisa…”


…Las soleadas rutas que inesperadamente te llevan a otro lugar de tu propia vida, a veces tal vez llegan desde un principio oscuro, pequeño, que no pintaba nada bien. Y luego repentinamente, sigilosa o tímidamente, se va tirando del hilo. Todo lo demás va quedando como vías muertas, eslabones perdidos… Tal vez eso tan grande, en lo que habías puesto tantas esperanzas, y que se fue a pique… Con la gente es igual. A veces una persona llega tímidamente, nada esperas de ella, y un día de pronto, se abre camino. Se empieza a abrir una nueva posibilidad, y con un vuelco de corazón, aciertas a tener la certeza de que esta vez será la buena. De que, con ella, sí. …Otras veces, eres tú el elegido. Te chantajean, te dan ultimatums, dejas de luchar –cansado- por esa ilusión esquiva, y te quedas con lo que se te da: ya no eres infeliz; pero tampoco dichoso.

Tan libre y tan aislado / buscando nada en ningún lado”


…El sol de tal vez uno de esos pasajes secretos de la vida que me podrían llevar a otro lugar, se empieza a poner tras de los lejanos edificios, por las cristaleras del bar perdido en que me encuentro. Definitivamente, no soy un aventurero. No sé elegir los momentos. A veces en la vida llegas a pensar que estas condenado a resbalar por todo, y de todos, y que nadie te asirá un día el brazo para quedarse contigo. Tal vez secretamente no lo quieres, tal vez inconscientemente lo evitas. Pero a menudo el mundo parece fluir tan coherente, toda esa gente, contigo aparte a un lado… Y te sorprendes haciendo que buscas a alguien, cuando en realidad si te paran, respondes: “no, no estoy buscando a nadie”.
…Me gustan las canciones suaves, que lo son aparentemente, pero de fondo son las más duras…

Desde que tú te fuiste nunca fue lo mismo /perdí la razón por pasarme de listo…”


…Hago una mueca con mi cara, y le pido al jefe que ponga una última. Mañana trabajo. Y le pido de paso otro favor: que ponga música. Un poquitito de música por favor. Me sorprende en la radio la canción que da fondo a esta entrada, y que me incitó a pergeñar estas líneas en una servilleta de este perdido bar. Hacía TANTO que no la escuchaba… Hoy no tenía palabras para nadie, y esa sóla melodía me ha empujado a divagar todo lo de acá arriba. …Hace un rato mismo, le hacía esa misma mueca del bar a una chica en el Metro –sólo por molestar- y se asustó: salió corriendo. …Je, je, puedo ver hasta el video, una camioneta que recorre un paraje soleado del interior, aunque aquí, afuera ya, cayó la noche. Tal vez pronto deba marchar, encontrar esos lugares… Alguien me dijo, de algún otro “no sabía que todo eso lo hacían para que se fuera de allí. Para que saliera, y buscara suerte en otro lejano lugar…” o algo así… Y pienso si conmigo no será igual. Como decía otra canción “ya sabes como hay que apurar/ la última vida de un gato”, me apuro la penúltima: tal vez como me dijeron hace poco “aún eres muy joven”; e igual que no me atreví a responder “pero también soy un poco gato”

¡Qué se debe, jefe! …Y a otra cosa…

“..te guardé una entrada para el “desconcierto” / ví tu sitio vacío y preferí verme muerto”

Todos los comentarios y frases entrecomillados y en cursivas, fueron pronunciados por los protagonistas de una triste y lejana historia sucedia en Madrid hace ya demasiado tiempo...

miércoles, 18 de julio de 2007

LOS EDIFICIOS… ¿NOS OBSERVAN?

SÍ. Así es.

…Nos observan.

…y les diré por qué lo sé.

Pues bien; alguien me contó la historia de otro alguien alguna vez: tal vez era la historia de una chica, una chica pequeñita que se movía frecuentemente entre un mundo de gigantes (o, al menos, de gente más grande que ella) por la ciudad. Una chica liviana y delicada, que un día que hacía mucho viento, llegó a temer que pudiera salir volando por el aire…

Esta chica de que les hablo, que tal vez sólo sea un arquetipo, o tal vez no, a veces se ponía a andar con sus patitas de cristal por entre la ciudad de moles y gigantes, yendo de un sitio a otro lugar, y tal vez, si la llamaban por teléfono, seguía y seguía, olvidando al colgar que había ido mucho más lejos de adonde ella quería llegar…

Para ésta chica, perderse no era una sensación agradable, menos en la jungla de su ciudad, y siempre que le pasaba, pues la ciudad seguía siendo muy grande, demasiado, para ella, buscaba el refugio del Metro, que con sus líneas y transbordos, e indicaciones, siempre la podía llevar de vuelta a casa… Y a veces, perdida o no, sabiéndose envuelta por un maremagnum de otra gente que, como ella, iba y venía, y se perdía o se encontraba, y caminaba de un sitio a otro lugar, con sus propios problemas, con sus ajetreos… no le parecía sino que, pese a estar toda esa otra gente allí, …, los edificios, los árboles, las ventanas, la ciudad entera, la miraban sólo a ella y a sus problemas; como si fuera ella la única que anduviera por allí en realidad, como si sus problemas fueran los problemas del mundo, pues en realidad para ella, en esos momentos, el mundo se acababa en torno suyo, y no hubiera podido jurar que existiera el mundo también al mismo tiempo en una kasbah de Libia, o en una playa de Papua Nueva Guinea, ni siquiera, incluso, dos calles apenas nada más allá de donde ella caminaba, pues eso era algo que no podía ver…

Y era cierto. Los edificios, que llevaban levantados, según le habían dicho, de mucho antes de que ella naciera, parecían observarla; parecían compadecerla en sus preocupaciones, comprenderla en sus errores; preocuparse por sus decisiones, por las que había tomado antes, y por las que habría de venir a tomar… Y lo hacen, lo hacían, efectivamente, con la sabiduría y experiencia que da el haber visto pasar a tantos antes como ella, con su misma sensación pero distintos problemas… y con la certeza de saber cuantos vendrán después, exactamente lo mismo, igual…

y se lamentan, que lo sé yo, de:

- ver gente que lo único que sabe hacer en la vida es esperar el autobús siempre.
- ver gente que renunció a lo que le gustaba por no tomarse el esfuerzo de buscarlo, y que se conformó con lo que simplemente le llegó.
- que no viéramos lo que teníamos delante de nuestras propias narices. Que no detectáramos lo obvio.
- de ver gente a la que no han sabido aprovechar los demás. De ver gente que no quiso o supo aprovechar lo bueno que tenían los demás.
- …y más cosas que piensan los edificios que ahora no se me ocurren, pero que prometo completar cuando se me vayan ocurriendo…

“Hay una grandeza… (…) en estar tirado, despreciado y olvidado de todos” dijo alguien, seguramente un poeta maldito o alguien así. Algo así les sucede a los edificios: están ahí, olvidados de todos, como en un segundo plano, y sin embargo conservan esa grandeza. Esto es lo que los edificios piensan, y dirían si pudiesen hablar, sobre nosotros, todos los que pasamos por abajo...


UN RÍO, UN DESTINO

Un día de hace bastante tiempo, viajando en coche con mi familia creo que era, se me ocurrió preguntar a mi padre algo así como: ¿tú crees que, desde el lugar desde el que un río aflora… existe un único camino –debido a las curvas de nivel y todo eso- por el que deberá bajar, desde ese mismo punto, hacia una única desembocadura en el mar? …Bueno, la pregunta no recuerdo muy bien cómo era, recuerdo que entonces tampoco la supe formular bien, y me respondieron algo así como “eso que preguntas no tiene sentido…”, creo que nunca logré explicarme al respecto, y decidí dejarlo ahí, pero yo para mis adentros entonces, igual que ahora, sabía que me entendía. O, al menos, me dominaba una sensación interior que me llegaba clara, una duda, aunque no pudiera explicarla del todo inteligiblemente en palabras…


La pregunta, finalmente, supongo que al final es: ¿existe un camino marcado siempre, de antemano, del que ya no se puede salir? Es una pregunta tópica y recurrente, cuasi filosófica, de esas que salen siempre en conversaciones, ya sea volviendo en un vuelo desde China, o al final de una comida familiar… Y siempre hay opiniones que se pronuncian: “sí, yo creo en el destino”, “no, yo creo en la voluntad humana” “nuestra vida son dos puntos, este y este, y al final, por distinto que hagas el camino, o sinuoso, no dudes que llegarás al mismo final”, o la más frivolonga “si no ha pasado, es que no valía la pena”… En fin. No me pronunciaré al respecto, pues lo que diría sería igualmente tópico, o una burda filosofada propia de quien desconoce en propiedad las obras de Hegel o Nieztsche, que seguro que tendrán algo mejor que decir ;-). Que el destino final es la muerte ya lo sabemos, eso nos lo han dicho muchos (pero no nos han dicho “qué” es la muerte), pero tal vez no me refiero a eso exactamente. Me refiero más que a “nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar que es el morir”, a “si juzgamos sabiamente /daremos lo non venido /por pasado”. ¿Es así de determinado todo, en la vida? ¿No hay escape posible? ¿…Ya no queda tiempo para escapar?


Alguien dijo: “El destino no se puede cambiar/ pero sí se puede torcer” (¿un amigo mío?). Me quedo con eso. Yo creo que hay algo muy grande y con mucha inercia que efectivamente resulta demasiado pesado para que nosotros insignificantes hormiguitas, lo movamos. Pero que también “la vida” se trata constantemente de intentar eso que no se puede hacer. ¿Es la vida fácil?


…Hoy en día los ríos se pueden mover. Se pueden torcer. Los ingenieros tuercen los ríos. Tal vez el destino de muchos ríos sea recorrer millas y millas (que queda mejor que decir kilómetros) por territorios agrestes y estériles, y verter luego indolentemente el agua al mar. También creo que en las ciudades en las que periódicamente la gente moría por las inundaciones que traían los ríos, muchos se reirían cuando a uno sólo se le ocurrió la idea de mover el río y sacarlo afuera de la ciudad. “Un río no se puede mover. La naturaleza es como es. Es idiota eso que dices” o algo así le dirían. Supongo que sería la idea de uno contra la de diez mil o más, pero luego un año alguien (¿ese “uno”?) demostró que sí se podía, y las ciudades ya no se inundaron. También creo que por cada diez mil o más ríos que recorren terrenos estériles sin moverse, alguien, uno sólo o menos, decide intentar torcerlo un poco para que llegue a regar tierra que pueda germinar simiente, semillas que llevan a lo mejor lustros esperando (no, no digo que sea pro-trasvases). Supongo que hay ingenieros que mueven ríos, y hay ingenieros que tuercen destinos.


Pero en fin. Para todo eso, imagino, hace falta una convicción más grande que un destino. Dabuti. Casi nada. Y eso, sin contar con la inercia (que, a medida que va bajando, se supone que va ganando el río), ni con el desgaste (de la convicción).


…Me he puesto muy filosófico en esta entrada, lo sé, y sin embargo, les invito a que pasen y dejen una opinión al respecto o sobre lo que les dé la gana.

jueves, 12 de julio de 2007

EL HOMBRE QUE NUNCA DESPERTÓ... DE SU SIESTA


Yo tenía un amigo llamado Santiago. Es un caso curioso, pues éste mi amigo, siempre que quería contar algo sorprendente o chocante, o incluso alguna broma, algo que le hubiera pasado a él mismo (en realidad), empezaba a decir “pues yo tenía una amigo que tal…. y una vez le sucedió una cosa muy curiosa, cuál…”, y los que de verdad le conocíamos –que éramos muy pocos, os lo aseguro- le mirábamos, pensando y sabiendo para nuestros adentros que en realidad era de él mismo de quien hablaba…

Pues bien, a ese amigo mío que yo tenía, como os digo, le pasaba una circunstancia muy curiosa. Bueno, en realidad le pasaban varias circunstancias curiosas (de ahí tal vez, el que siempre quisiera descargarse peso, diciendo que las cosas realmente le pasaban a otros terceros, y no a él). Por ejemplo, una de las cosas que le pasaban, y en esto él era absolutamente único en el mundo, es que, a veces, cuando la circunstancia era precisa y óptima, entonces, como si saliese de sí, se podía ver a sí mismo como si lo viera una tercera persona. Se podía ver, físicamente, como estando fuera de sí. …Pero bueno, esto es otra historia que nada tiene que ver con la que de hoy os venía a hablar. Así que vayamos al grano.

La circunstancia curiosa que le pasaba a mi amigo Santiago, esa de la que hoy SÍ venía a hablaros… era la de poseer otra muy extraña y curiosa facultad, que consistía en algo así como… cómo lo diría yo… sumergirse en unos sueños, siempre después de comer, siempre a la hora de la siesta –que dicho sea de paso, respetaba escrupulosamente- que resultaban curiosísimos, pues según nos contaba él, tenían la extraña capacidad de revelarle aspectos y respuestas a las dudas capitales de la vida.

…Las siestas, esas extrañas siestas de mi amigo (y no así los sueños nocturnos, por ejemplo) le proporcionaban, repentinamente, respuestas para la vida que le evitaban muchos de los quebraderos de cabeza por los que el resto normalmente debemos pasar, y que en el caso de mi amigo, debido fundamentalmente a su peculiaridad, eran aún mayores. Le decían, por ejemplo, a qué chicas, de esas a las que trataba y tal vez no le hacían caso, valía la pena llamar, insistir. Cuáles otras realmente se habían portado desconsideradamente con él, cuáles no le trataban con justicia, y por tanto no valía la pena volver a intentar nada. Cuáles sí, cuales se merecían el esfuerzo y habrían de recompensarle en el futuro con cariño o, al menos, con amistad sincera…

Total, que esas dudas existenciales que a menudo nos asaltan, y que pueden llegar a destrozarnos tardes enteras con su rastro de angustia, las vivía mi amigo –no sin gran dolor, no sin que le llegaran a parecer situaciones totalmente reales y , a menudo, aún peor que reales- durante sus siestas, y sin embargo siempre, al acabar, la respuesta, la solución al angustioso enigma, que parecía mucho más monstruoso y devastador en sueños, le llegaba en un mensaje final, suave y tenue, como dejado en el aire, que siempre se producía al empezar a despertar, y que le decía, solamente: quien sí, quién no, qué cosas hacer, cuáles no…

Otras veces, sin embargo, las siestas eran extrañamente plácidas, teñidas de un placer tan agradable y embriagador, que mi amigo Santiago no podía sino recordarnos con goce y añoranza, como si realmente deseara volver a su cama y revivir aquellos sueños vespertinos de los que la Realidad, tan cargante y tozudamente, venía a sacarle para traerle a nuestra presencia. Diríase que, en esas situaciones, para nuestro amigo Santiago, la vida era sólo un recuerdo vago y pálido, a menudo cargante y repleto de indeseadas responsabilidades, respecto a esa otra realidad más ensoñada pero más compasiva con él, que era el sueño. Porque la verdad es que la Vida, la vida real y despierta, a mi amigo Santiago, no le trataba del todo bien.

En realidad (yo creo ahora), no era eso exactamente, sino más bien lo que pasaba es que Santiago estaba como envuelto de un halo, una sensación, como si él no estuviera nunca despierto del todo. Como si anduviera siempre a medio hacerse, a medio despertarse: es por eso que las obligaciones de la vida, los ajetreos de ésta, las responsabilidades que continuamente deben asumirse, le resultaban tan pesados: obligaciones como las de mantener relaciones con otra gente, como ocuparse de amigos, como ocuparse de chicas, de tener que “flirtear” con ellas, de tener que llamarlas, de tener que esperarlas… Eso le era pesado. …Todo lo que no le daba su teléfono móvil (siempre vacío de llamadas), todo lo que no eran para él las inexistentes cartas, las lejanas noticias, los requerimientos sobre su persona –que nunca llegaban- lo era, sin embargo, su siesta vespertina. Era una siesta mágica, como vulgarmente se dice. Así lo era para él.

…A veces podía oírlos a los demás, (me contaba una vez) sus voces cómo lejanamente sonaban, -como si tal vez él pudiera estar allí, entre ellos, pero nunca del todo-, como si, en realidad, un mundo le separase del mundo real, como si hubiese aún un mundo intermedio, interpuesto entre el suyo, y el que ocupaban todos los otros. …Otras veces, podía oír lejanamente sus pasos, los de su familia, las voces cómo se iban alejando, cómo salían de la casa, y luego, al despertarse en la realidad, siempre le ocurría lo mismo: esa extraña sensación, al despertar, de que todos ya se han ido. De que todos han abandonado la casa…

(Es curioso, noto que empiezo a hablar de mi amigo, como si tal vez lo conociera demasiado…)

Así veía a la gente Santi en sueños. Como desde debajo de una piscina

Me decía, intentando explicar la situación, que era como si viese a las otras personas, como se verían… estando debajo de una piscina, y la gente estuviera arriba, y se les viera así desde una distancia y una perspectiva que los hiciera distantes e inalcanzables –por siempre- a su propia persona.

…Poco a poco, sin embargo, Santiago había venido notando –como un día me confesó- que cada vez, cada día que pasaba, le iba costando más y más el despertarse, el levantarse de sus siestas. Como si el sueño, extrañamente, le fuera ganando terreno a la vida… A veces, tal vez inmerso en el sueño, confundía ficción con realidad, siendo estas situaciones bien fascinantes y embriagadoras, bien completamente aterrorizadoras. En otros momentos, ora despierto, andaba en que ya no sabía si estaba viviendo realmente el sueño, y tal vez probaba a hacer actos disparatados, locuras propias de la ensoñación, sin reparar en que estaba entre el mundo de los despiertos de nuevo...

…Yo le advertí. Le advertí, a mi amigo. Le dije que tenía que cuidar eso, que debía tomar precauciones, ir a un médico, porque ese su don, teniendo tantas cosas positivas y satisfactorias, tal vez, sin controlarlo, un día pudiera llegar a… Sin embargo, él me respondía que contaba con un inestimable aliado en su viejo reloj con cronómetro, un reloj que tenía desde hace nosecuantropecientos años ha, y que siempre le despertaba con el sonido pipipipiit de su despertador, sin riesgo al error o al descuido. Santiago creía, realmente, que aquél reloj “mágico” sólo le podía despertar de hasta el más profundo sueño; pero que, en su falta, ninguno otro lo podría hacer igual…

…Un día a su reloj digital, ese viejo reloj Casio que, casi mágicamente, le despertaba por las mañanas y en las tardes, con su pi-pi-pi-piiiiiiit (sin el cúal, como digo, Santiago pensaba, no podría seguir pues ningún otro despertador le habría de despertar igual,) empezó inadvertidamente a fallarle el enganche: ese pequeño pasador metálico que a veces se sale de su posición, y que hay que cambiar cuando empieza a coger holgura…

…Santiago encontró en la calle cercana a donde trabajabamos a una extraña y vieja señora que reparaba correas de pulseras y demás –y esto le sorprendió un poco- la cuál, como luego comentaba a su madre, “le atendió muy amablemente nada más verle pasar a su modesta tienda; le reparó el reloj colocándole un pasador nuevo, y con varias puntadas de pegamento había remendado el enganche… Y luego, al acabar, extrañamente no le había querido cobrar nada”. Sin embargo, al salir, le había mirado extrañamente; como con una media sonrisa en la boca. (No sé si este detalle es importante, pero por si acaso lo cuento; pues a la luz de lo que pasó después, no he dejado de pensar en él…)

Pues bien. Desde aquél día, no volví a ver a mi amigo Santiago. Ya nunca he vuelto a saber de él. Ha pasado mucho tiempo desde el último día que lo ví, en el que me contó esta última historia: en su casa no me han querido hablar más: nada han querido responder del enigma. Según ellos, se fue a otra ciudad... Pero yo sospecho la verdad, porque en el trabajo que compartíamos, sólo un día después, encontré el viejo cronógrafo de Santiago (el único que podía despertarle), que se le había caído (inadvertidamente, seguro) por el defectuoso enganche del cierre. Sé que aquél día Santiago se acostó para una de sus largas siestas, y ya no despertó más… Tal vez, sea ahora mejor para él, pues siempre pensé que ese su mundo propio de él, el del sueño, era en realidad el lugar al que siempre –secretamente- había pertenecido, eternamente somnoliento, sin chicas indecisas a que llamar, ni decisiones vitales que tomar. En todo caso, vaya este recuerdo por él. Que el Señor lo proteja.
Canción recomendada: "Looking glass", de The La's (no la encontré en youtube...)

jueves, 5 de julio de 2007

2. LEE MAVERS, Y LA CANCIÓN PERFECTA

PERDIDO Y NO ENCONTRADO: LEE MAVERS

“GIVE ME ONE LAST KISS / BEFORE I GET OUT OF THIS”


Igual que si escucháramos una canción que nos sonara mucho pero que no pudiéramos reconocer del todo con exactitud, tal vez nos fascinara e intrigara aún más el saber algo acerca de ella, …, hay algunas historias aparentemente sin historia (y con personaje desaparecido), que nos llegan a intrigar más de lo esperable. Más de lo que sería normal.



…En el momento en que escuché casi por casualidad oír hablar sobre Lee Mavers –una de esas conversaciones ajenas, en el Metro o en cualquier otro lugar- se apoderó de mí una fascinación por saber, por conocer algo más del personaje. Supe que ya no lo podría dejar pasar. Por él, y por la canción de la moraleja que iniciaba este artículo. La canción sería, sin duda, “There she goes”. Y el personaje perdido sería, por supuesto, Lee Mavers, de los “The La’s”. Hagan una cosa: pónganle “There she goes” a cualquier persona que conozcan: reaccionara, creerá reconocerla, preguntará de qué le suena tanto esa melodía, …pero no sabrá decir quién la cantaba.

…Les voy a contar una historia. La historia de un grupo de mozalbetes (suenan de fondo unos acordes introductorios casi irresistibles), unos mozalbetes de una ciudad del norte industrial de Inglaterra, p.ej., Liverpool (ciudad curiosamente generadora de grandes grupos musicales, un ejemplo sería The Beatles, no se si les suenan), unos chavales casi imberbes aún, que se juntan por su pasión por las guitarras y por los grupos de Beat Rock de los 60, sobretodo Beatles y Stones. Destacaba entre ellos un muchacho problemático, con pocas habilidades sociales o en la escuela, y que sin embargo empezaba a descollar por una preocupante habilidad… la de empezar a conseguir que misteriosamente surgiera magia cuando cogía una guitarra y cantaba. Eran mediados los 80, pero para ellos era como si fuese el 66: les podía dar igual. Tal vez su fantástico mundo de cuerdas y bordones, y coches rápidos y brillantes de los cincuenta, y muchachas que veían pasar sin que dejara de cortárseles la respiración…, fuera demasiado real cuando cogían los mástiles y baquetas y dejaban a un lado toda la grisura de su ciudad; de sus vidas, de sus modestas familias… de todo eso que es la vida sin la música.

Lee Mavers y un grupo de compinches fundaron un grupo de nombre bastante estúpido, “The La’s”, que al parecer se le ocurrió al primer cantante del grupo en un sueño. E igual que uno a veces necesita entrar en calor para que le vayan saliendo las cosas, para que le salgan las cosas realmente buenas que se tienen dentro, The La’s se fueron rodando y entrando en calor a lo largo de los 80, hasta conformarse en cuarteto con Mavers como cantante y principal compositor, o más bien artesano, orfebre de sus propias canciones. Fue así como fueron puliendo hacia el 87 u 88 un repertorio de canciones límpidas, brillantes, casi eufóricas en cuanto a sus guitarras brillantes y su perfecta conformación “pop”. Y la joya de la corona, la canción irresistible, la que se iría puliendo, sin acabarse nunca de hacerlo, desde el 88 y siguiendo, según dicen, hasta nuestros días, es “There she goes”.

Fascinados por el deslumbrante talento de Mavers y la brillantez y perfección de las composiciones de su grupo, en su discográfica los anduvieron persiguiendo durante más de 3 años, para que finalizaran de una vez el inacabable proceso de pulido de los temas, meterlos en un estudio, y grabar por fin su primer álbum: el disco perfecto, el sonido que habría de revolucionar las listas de UK y del pop mundial… ¿los nuevos Beatles?

…Pero no fue posible. Lee nunca soltaba del todo las canciones. Les daba vueltas y más vueltas, las grababa una y otra vez, añadiendo algo, quitándoles otra cosa... Consiguió que le trajesen una mesa de grabacion auténtica de los 60 para conseguir un sonido como el de entonces, y luego lo mandó todo al carajo porque decía que la habían limpiado y quitado el “auténtico polvo de los 60”. Insistía en que las guitarras con polvo encima sonaban mejor, buscaba mil modos distintos de encontrar un sonido más puro, más cristalino: reverb en las voces (con ese extraño efecto de eco), guitarras dobladas y triplicadas… Siempre en acústico.

Finalmente, alguien de la discográfica, ya en el 90, tuvo que encargar un “robo” de las cintas de Lee, para contratar, a hurtadillas de la banda (de su líder) al más brillante productor de pop del momento, (Smiths, Ligthning Seeds) el (titánico) trabajo de la producción del gran disco, del disco eternamente esperado. Cuando al fin salió el disco homónimo de “The La’s”, con 12 cortes cuasi-perfectos y brillantísima producción, la crítica fue unánime, el público aficionado, por unos tiempos, respondió entusiasmado: era el nuevo sonido, el disco más impresionante de los últimos tiempos, el grupo más convincente y novedoso… y sobretodo, contenía la canción perfecta: “There she goes”.

Así pués, el disco entusiasmó a todos, crítica, público, incluso oficiosamente a los otros miembros de la banda… a todos menos a Lee Mavers. El escurridizo cantante echó pestes, aseguraba que le habían robado, escamoteado, que era el peor disco que nunca había oído… Que las canciones no estaban acabadas… A partir de ahí hubo un deterioro de relaciones con la discográfica, que ya nunca se enderezaría del todo. Pese al berrinche, The La’s se empezaron a mover, fueron reclamados en los USA, su canción trepó en las listas y no tardarían en llegar versiones de ella… Para los nuevos grupos, The La’s –aunque las noticias, debido a lo que ocurrió después, nos extrañen tanto- era el grupo perfecto: Liam Gallagher hablaba de Lee como su primer ídolo vivo, incluso su actitud en un escenario hoy, parece calcada de la de Lee. Pero éste, ya entonces, empezaba a dar preocupantes síntomas de que algo no iba bien. Movía exageradamente la cabeza, cada vez más, al cantar; padecía comportamientos extraños; no tardó en decirse que “There she goes”, en lugar de a una chica, estaba dedicada a la heroína “running thru my veins…”, causa de la dependencia en la que ya andaba metido. …Finalmente una noche de 1992, en un concierto en un teatro de Manchester, y en el medio de una canción, Lee se quedó parado, mirando fijamente a la lámpara de araña que colgaba en el centro del lugar. Creía haber detectado un micrófono oculto que su compañía le había puesto, para sacarles un disco en directo. Entonces, salió del escenario, y ya no volvió más.

Desde entonces, The La’s quedaron como una empresa bruscamente detenida en el tiempo: el grupo se acabó, sus componentes se buscaron otros proyectos, y Lee quedó absorbido en una suerte de Limbo, en medio de sus problemas con la heroína, aparentemente retirado en lo que él llamaba su “perfecta vida familiar”, lo único junto a la música que ya le importaba, viviendo modestamente en un anónimo barrio de Liverpool con su mujer y su hijo. Muchas fueron las ofertas que le llegaron para volver a componer, para volver a la música: todas las rechazó. Se dice, se decía, que Lee seguía grabando y grabando, dándole eternamente vueltas para encontrarle la perfección a la ya perfecta canción, “There she goes”. Otros, aseguraban que había compuesto “decenas de canciones más, todas perfectas, impresionantes”, pero nunca estaban preparadas para salir a la luz. Que se las había tocado y habían quedado deslumbrados, pero era un espectáculo sólo para “iniciados”. En sus escasas apariciones públicas, Mavers aparecía como desconcertado, perdido. Ligeramente deteriorado, aunque extrañamente también, con ese eterno aspecto juvenil, del perfecto rocker de los 60 con su flequillo y su actitud desafiante que había sido siempre… Ha seguido viviendo de los Royalties de TSG, convertida luego en éxito por otros grupos, y finalmente, en 2002, se volvió a reunir en una noche con su viejo compañero de “The La’s”, para dar una serie de actuaciones. Pero ya nunca nada ha vuelto a ser lo mismo. Decía un importante promotor de conciertos de USA “he visto a cientos, miles de bandas tocar en directo en mi vida. Pero nunca ninguna me dejó una impresión como The La’s en los 90”. ¿Dónde está ahora Lee? Nadie lo sabe. Ni ahora, ni hace cinco años, ni hace diez… Parece alguien introducido en un mundo propio, un mundo mágico, donde oye las canciones, la música –como dijo alguna vez- dentro de su cabeza, de una forma que le resulta imposible reproducir al exterior. Dándoles mil vueltas para sacarles ese ideal sonido interior. Un limbo del que no puede salir, del que ya es tarde para escapar: “Gimme one last kiss/ before i get out of this”…

Hasta aquí, más o menos, la historia de Lee.


LO MÁGICO Y LO REAL

“Una canción que es sólo estribillo”, ha dicho alguien de “There she goes”. Estribillo-puente- estribillo-estribillo–puente-estribillo, ¿la estructura perfecta? ¿Es la estructura perfecta de algo, un lugar del que no se puede salir? ¿Necesita la vida de sus imperfecciones y errores, para poder ser vivida? …Una vez un amigo mío, mientras trabajábamos juntos, empezó a poner una canción en el reproductor que se repetía una vez y otra, y otra…como en un bucle, y la verdad es que entonces me dió miedo. Pues bien, yo, ahora, he hecho lo mismo con TSG. Alguien dijo también: “ojalá no hubiera escuchado nunca esta canción. Ahora es peor”.

…Ese sentimiento fatalista que está presente en lo “mágico”, es lo que temo que nos puede llega a atrapar. “Una casa de la que ya no le es posible salir”, han dicho de Mavers: su estructura perfecta de canción, a la que seguir dando vueltas y vueltas. En el video del tema, los chavales salen, como en fugaces imágenes, cantando por las calles de su ciudad. Pues bien. Es como si hubieran quedado atrapados ahí: en ese instante, en ese brillo mágico. En el momento de esplendor. (Curiosamente, la canción no llega al final en el youtube…)

…Sin embargo, lo mágico, a parte de todas las problemáticas que conlleva, de lo deslumbrante que contiene dentro, también tiene su lado oscuro. Su precio que pagar. Un precio que se va acumulando en un crédito con la Vida. Un crédito cada vez mayor y mayor. De ahí los casos de tantos que no han podido volver…

…Y yo también conozco esa sensación en que cualquier cosa ínfima se convierte en barrera insalvable, y luego, de repente, todo se hace extremadamente fácil…

Por ejemplo a veces vas andando por la calle, inmerso en tus propia fantasías, en una cancioncilla que vas cantando y un mundo como ensoñado al que vas dando vueltas… y de repente un frenazo en un paso de cebra te despierta. Te devuelve a “lo real”.

…Yo lo que creo es que la diferencia entre lo “mágico” y lo “real”, está en que en el mundo de lo mágico, uno nunca se repone del todo de aquello que se ha perdido. Se queda dándole vueltas y vueltas, volviendo eternamente al lugar en que algo se hubo perdido, enganchado a esa nostalgia, sin ninguna intención de siquiera volver a mirar adelante, y soñar que aquello de atrás se pueda olvidar. Se pueda superar. En cambio, en la vida “real”, se producen pérdidas, fallos, errores, continuamente, y el asunto, la clave, está en que esas pérdidas se superan continuamente, se olvidan y la vida siempre sigue, con su ritmo infernal. Aquél que se queda estancado en algo que no supera, queda deshechado para la Vida, que siempre nace y muere y a la tragedia contrapone el resurgimiento…

Así pues, la historia de Lee tiene que ver con cierta obsesión con la música, con las canciones, una obsesión que de pronto desaparece, y se convierte en algo malsano. Como dicen, la música abre puertas de la Ilusión, que ya no es posible cerrar… En todo caso, el hizo con TSG, y 2:45 segundos de canción, algo mejor, que lo que la mayoría de la gente llega a hacer con sus vidas enteras.

Y para acabar, como dijo aún alguien más, “la vida ha ido siendo peor y peor/ pero la música no ha dejado de ser maravillosa”. O algo así.

“…Por allí va ella
Por ahí va ella de nuevo
-Como corriendo por mis venas-
Y ya no puedo detener más
Esa sensación, que sigue y sigue…”


miércoles, 4 de julio de 2007

CRUZAR LA CALLE


El Otro día iba caminando con una amiga, andábamos desde algún sitio dirigiéndonos a otro lugar (como suele hacerse), -en realidad íbamos desde un piso, hacia las cercanas (y no-gays) fiestas del barrio- y de pronto se me ocurrió decir una chorrada: “joder, llevamos toda la tarde no haciendo otra cosa que cruzar calles”… Y era verdad. Cuán frecuentemente, cuando se camina, hay que ponerse a cruzar al otro lado. Y qué pocas veces es posible hacerlo por los sitios adecuados. (Y otras veces, además, resulta tan difícil…)

…El caso es que ayer mismo, de nuevo cruzando o a punto de hacerlo, me acordé del tema, y se me vino a la mente la filosofada que algún día me soltó alguien que no recuerdo, y que era algo así como “en la vida, siempre hay un momento límite en el que hay que decidir, en el que uno se encuentra totalmente en el alambre”, aproximadamente. En fin, no lo recuerdo muy bien tal cuál era, pero se me ocurrió pensar que esos vertiginosos momentos en que uno se encuentra en el alambre, son exactamente iguales a un instante que ocurre cuando andas cruzando una calle: y es ese momento en que estás en el medio, has pasado confiadamente y casi sobrado una calzada, y entonces, allá en la mitad, tienes que girar la cabeza hacia el otro lado para mirar si no viene nadie tampoco por allí. En ese mínimo instante, creo, estás completamente en el alambre, a disposición del azar; vendido por unas décimas de segundo. Es como esas decisiones –esas situaciones- que hay que tomar a veces en la vida, en que te encuentras por un segundo en el alambre, sin asidero. En un instante, de pronto, sin esperártelo, estás vendido.


Es muy probable que al segundo siguiente, hayas ya vuelto la cabeza, y comprobado que sí, que puedes pasar: que ha sido sencillo jugártela. Eres el rey del mambo, de la calle entera, miras a todos como diciendo “sí, estoy cruzando mal, ¿y qué?”, o tal vez miras a tu alrededor diciendo “buah, esta decisión que parecía tan difícil…” …; pero un instante antes, allá en medio, no estabas tan crecido, amigo; que lo sé yo.


…Recuerdo por cierto, que una vez un viejo profesor de gimnasia mío del colegio nos dijo algo que tenía relación con todo esto: era algo sobre la forma en que la mente se hace sus cálculos, por ejemplo al cruzar la calle, sobre la distancia y sobre si realmente nos va a dar tiempo a pasar en el intervalo de tiempo que tenemos. Es un cálculo cuasi impulsivo, de meras décimas de segundo, pero… no recuerdo ahora bien qué era en concreto el concepto de lo que contaba él, pero es una de esas cosas que se me han quedado grabadas (tal vez porque cruzo mucho, y mal). Es curioso, porque no recuerdo muchas cosas de los otros profesores, pero sí de aquél cascarrabias de Educación Física. El buen tipo…


Pues bien. Con esta costumbre que tengo yo de relacionar cosas sin venir mucho a cuento, estaba pensando hoy mismo sobre otra costumbre mía, y misteriosamente la relacioné con todo esto. Verán: cuando hay que ir a un bar a pedir un café o algo de desayunar… a veces tengo la manía de preguntar sobre tal o cuál cosa al camarero… Tal vez sólo hago tiempo mientras me decido, y sin embargo la gente a veces cree que me burlo y pregunto sobre algo, para luego pedir otra cosa: no es eso. ( ) Ese es el instante en el alambre, el cuál a lo mejor no les importuna a ellos en un bar (no les parece tan difícil la decisión a tomar) pero estoy seguro de que sí les ocurre en otros sitios. Hay una canción de LLoyd Cole que me recuerda un poco a todo esto. Y dice “pareces feliz como un recién nacido / ya no te importa nadie / seguro de tu decisión/ estás enamorado…” bla bla bla, pero luego le espeta: “…pero estás preparado para que te rompan el corazón?”. Pues eso: mientras todo va bien, los buenos tiempos, dispones de la circunstancia a tu favor,…, todo parece de color de rosa… Pero, ¿qué ocurre cuando llega lo incontrolable, el momento en que no podrás decidir? “…but, are you ready to be heartbroken?”



… Y hablando de cruzar calles, de momentos inesperados, me viene a la mente (y con esta última asociación acabo) aquél día en que, distraídamente, me puse a cruzar una calle,…, y me atropelló un AUTOBÚS (…)